Investigadores de la UPM cultivan algas que actúan como filtros biológicos de CO2, capturando este gas y produciendo biomasa para alimentación humana o para biocombustibles, además de mitigar las emisiones de este gas de efecto invernadero.
Desde hace algunos años se observan evidencias que hacen pensar que algo está cambiando en nuestra atmósfera: grandes sequías, grandes inundaciones y un aumento de las temperaturas a nivel global son las señales que podemos ver y llegar a sufrir en algunos casos.
Las causas que explican que nuestro patrón atmosférico está cambiando pueden ser varias. Sin embargo, todo parece indicar que el aumento de la concentración de dióxido de carbono (CO2) y el efecto invernadero que produce, es la más importante. Y ello debido a que en las últimas décadas hemos visto cómo el progreso de las naciones ha dado lugar, entre otras cosas, a la puesta en marcha de grandes fábricas que emiten diariamente por sus chimeneas enormes cantidades de gases de efecto invernadero (GEI).
En este contexto, investigadores de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) trabajan en el cultivo de algas unicelulares (Spirulina sp. y Nanochloropsis gaditana) en biorreactores y en medios porosos, para estudiar cómo estas plantas pueden contribuir a mitigar o reducir la concentración de CO2 en la atmósfera.
Los trabajos realizados se encuadran dentro del proyecto CENIT SOST – CO2 “Nuevas utilizaciones industriales sostenibles del CO2”, en el que Repsol participa como empresa destacada. Este proyecto tiene como objetivo abordar el ciclo de vida completo del CO2, desde su captura en las fuentes de emisión, pasando por su transporte, almacenamiento y su valorización a gran escala.
Los trabajos realizados se encuadran dentro del proyecto CENIT SOST – CO2 “Nuevas utilizaciones industriales sostenibles del CO2”, desarrollado por un consorcio que integran 15 empresas encabezadas por Carburos Metálicos. REPSOL participa como empresa destacada y cuenta, también, con el apoyo de 28 OPIS (universidades, centros de investigación y fundaciones). Este proyecto tiene como objetivo abordar el ciclo de vida completo del CO2, desde su captura en las fuentes de emisión, pasando por su transporte, almacenamiento y su valorización a gran escala.
Frente al cultivo de vegetales superiores, el cultivo de algas puede justificarse basándose en distintos aspectos. Se trata de organismos muy primitivos, por tanto bien adaptados a nuestro planeta. Cuando lo colonizaron, hace millones de años, la atmósfera en la que vivían no tenía nada que ver con la que hoy conocemos: abundaban los gases de hidrógeno, amoníaco, ácido sulfhídrico, metano y dióxido de carbono. Y la atmósfera actual, rica en oxígeno, es el resultado de la fotosíntesis que las cianobacterias y las algas practicaron en aquella atmósfera primitiva.
Además, bajo determinadas formas de cultivo, las algas apenas consumen agua (no transpiran) y no sufren enfermedades, por lo que no requieren plaguicidas.
Por todo ello, desde la ETSI Agrónomos se estimó que las algas podrían volver a jugar un papel importante en la producción de biomasa y en el marco del proyecto se han realizado varios experimentos encaminados a determinar, en primer lugar, la cantidad de CO2 que las algas pueden capturar en función de la concentración de gases en la atmósfera en la que se desarrollan y las condiciones de cultivo y en segundo lugar, la biomasa que pueden llegar a producir, dependiendo de la especie cultivada y el destino final de la producción (alimentos o biocombustibles).
Según sean los resultados alcanzados, el cultivo de algas a gran escala podría llevarse a cabo en grandes invernaderos ubicados en las inmediaciones de los puntos de emisión de los denominados GEI. De esta forma, las algas actuarían como filtros biológicos que reducirían las emisiones de CO2 a la atmósfera. Como ventaja adicional, la biomasa obtenida podría servir para la obtención de productos típicos del cracking del petróleo.